Desconto:
-5%Antes:
Despois:
20,43 €Alemania, año 799. Carlomagno, rey de Occidente, encarga a Gorgias, un experto escriba bizantino, la traducción de un documento de vital importancia para la cristiandad. Mientras tanto, Theresa, hija de Gorgias y aprendiz de escriba, se ve obligada a huir de Würzburg debido a una falsa acusación. La joven busca refugio en la ciudad abacial de Fulda, donde conoce a Alcuino de York, un fraile britano que investiga una terrible plaga que asuela la ciudad. La misteriosa desaparición de Gorgias conducirá a Theresa a una conspiración de ambición, poder y muerte, en la que nada es lo que parece. En compañÃa de Alcuino, la joven deberá luchar hasta su último aliento para encontrar a su padre, desenmascarar a los culpables y resolver un misterio del que depende el futuro de la cristiandad. Combinando rigor histórico con una prosa elaborada y un ritmo trepidante, la novela de Antonio Garrido invita al lector a efectuar un intrigante recorrido por ciudades, claustros y abadÃas medievales en un apasionante thriller inspirado en un hecho real. «Cuando Alcuino llegó al pozo, varios hombres izaban el cadáver con la ayuda de unas picas. Finalmente, el cuerpo hinchado de la mujer asomó por el pretil para desplomarse como un saco de tocino sobre el empedrado del claustro. Las ropas se le habÃan desabrochado dejando a la vista unos inmensos senos, fláccidos de dar el pecho a las niñas. Nada más apartarla, Izam se descolgó para inspeccionar el fondo del pozo. Cuando subió, confirmó a Wilfred que allà no estaban sus hijas. Luego trasladaron el cadáver a las cocinas, donde después de un somero examen Alcuino determinó que habÃa muerto estrangulada antes de caer al pozo. Encontró sus uñas desportilladas, pero sin rastros de piel incrustada, lo cual significaba que podÃa habérselas estropeado durante el traslado. Examinó su sexo, comprobando que el vello coincidÃa con el encontrado en su jergón. Entre sus ropas no halló nada relevante. Portaba el atuendo propio de sus labores, un hábito oscuro protegido por un delantalón. Su rostro, aunque abotargado, se veÃa limpio; sin cremas ni afeites. Cuando terminó, autorizó a que la amortajaran. Luego solicitó hablar con Wilfred a solas.»